lunes, 26 de marzo de 2012

La felicidad del mediocre


Con ausencia alguna de responsabilidad por seguir aparentando. Despreocupación por repetir un error, sin seguir escuchando su eco.

Indiferencia al teñirse el cabello, con la repercusión de que aquella acción sea portada de revista o crítica. Carcajadas de color.

Sentido a leer sus propias líneas, sin tener que disculparse por no difundir su mensaje a oídos ajenos.

Ventaja del hombre invisible, movimientos disimulados, aparecer y desaparecer sin originar ausencia.

Nadie conservará un retrato reflejando nuestros fracasos, ni nos recordarán con él la reproducción de nuestras arrugas tras el paso del tiempo,recordándonos a nivel mundial nuestra vejez.

Carencia de ambición constante por deseos ilimitados, sin llegar a obtener nunca su saciedad.

No poder despertar a nuestro verdadero yo, completo, sólo conseguir estallarlo en el momento menos indicado, ignorando el resto de los días su existencia. Represión .

Hundirse en el fondo del lago del olvido. Temer salir a flote para ser recordado y nombrado como aquel que llegó a más profundidad.

La ventaja de ser yo y no un proyecto constante. Ser natural.

Nacer para mí y morir para mí. Posesión de mi propio Yo y con su ventaja de ser mediocre.



















2 comentarios:

  1. Me encanta lo que escribes. Me recuerda a otros que reivindicaban el fracaso como el verdadero éxito. Sin embargo, no estoy de acuerdo con el contenido:

    No es feliz quien es, por definición, un maldito. Como mucho, es conformista. Por ello me gustaría analizar lo que escribes en comparación a la actitud situada en las antípodas de la mediocridad:

    La maldición -como digo- del mediocre, es que él no es -ni busca- ser alguien libre de espíritu, en el sentido que expresaba Nietzsche. Y esto es así porque el mediocre está lastrado por trabas que el mundo ha decidido poner sobre él y, entonces, se rinde. Cree no disponer de las herramientas ni determinación por rebelarse ante la tiranía de lo dado y, por ende, de su aparente incapacidad por la que se ve convertido en un tarado existencial; impedido a desarrollar todo su talento, creatividad y personalidad.

    Para ciertas cosas, se parece un poco al libre de espíritu. Pero la diferencia final respecto a quien es, o busca serlo, resulta ser cualitativa:

    Como el mediocre, tampoco busca aparentar; no tiene nada que esconder.
    Como el mediocre, no es amanerado; sino eminentemente natural.
    Como el mediocre, puede decidir por su destrucción. Pero en su caso, “sólo por autodemostrarse que es ÉL, y no TODOS ELLOS”.

    Un mediocre es como un escritor fracasado que, dado que nadie cree en él, decide rendirse y se hunde.
    Un libre de espíritu es como un escritor fracasado que, aunque nadie crea en él, sabe que lo que ahoga no es la inmersión, sino permanecer bajo el agua.

    Por eso lucha, lucha y lucha. No le importa. Sigue, sigue, sigue...

    La verdadera diferencia entre ambos es que quien es o busca ser libre de espíritu huye del permiso y la aceptación de los demás. Decide valerse de un camino -personal e intransferible- de deseos que ni provoca ni reprime; los escoge de nacer puros, de profundidades más profundas que todas las intenciones.

    Deseos que, a veces, parecen sueños irrealizables, pero que le ayudan a caminar.
    Deseos que, como individuo individual, le permiten disfrutar del camino sin pensar en cómo será la meta.
    Deseos que le hacen brillar... entre una multitud de mediocres.

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  2. Está un poco parado este blog, ¿no?

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